Buenos presagios
Se prometían ventanas
y palabras
pero yo sólo escuchaba los graznidos
y posaba mis pupilas en las garras.
La niebla se introduce poco a poco
entre las grietas de la eterna repetición,
se disipan otros campanarios
y ya sólo se deja escuchar, a lo lejos,
el ruido de los trenes.
Y a lo mejor un ángel no terrible
se encarga de tocarnos
levemente en la mejilla
para que volteemos la cabeza
y miremos hacia ese lado.
A lo mejor.
Allí hay una ventana.
Ahora estoy segura.
Quizá, después de todo,
existe el paraíso.
Miriam Palma
Exilios. Hacia el azul
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