El castillo

Hace ya varios días que en los atardeceres salgo como por inercia al balcón del ala oeste del castillo. Con una incierta nostalgia, un leve escalofrío que a veces me hace sonreír, diviso desde allí la vía que trajo al duende. Sé que no volverá. Sabía desde el principio que era un duendecillo caprichoso y volátil.
Recuerdo el día en que le vi descender en el apeadero al lado del puente que une estos yermos campos con las huertas de esa ciudad habitada por gesticulantes seres que nunca se acercan. Como movido por una decisión profundamente meditada, apenas si dudó en dirigir sus pasos hacia aquí. Yo, de alguna manera, le esperaba. A partir de ese día, mi duende aparecía siempre de repente, con una manzana robada, una botella de vino o, en los días en los que me intuía un poco cursi, una flor. Unas veces era músico, otras poeta, director de teatro improvisado, amante despechado o clown. Pero sobre todo me gustaba cuando aparecía juglar, con su aire fresco, socarrón, y me hacía caer al suelo de risa o conseguía espeluznarme con las historias de un ahí fuera que espontáneamente inventaba para mí. Un puente entre mi refugio y su realidad con olor a fresco. De eso hace ya, como digo, algún tiempo. Un día sencillamente ya no apareció.
Yo había llegado al castillo un tiempo antes. La negra y vieja locomotora me había sacado de una ciudad casual de la que finalmente escapé. Así reparé en él. Creo que desde hacía mucho tiempo tenía la fantasía de habitar un castillo tendido sobre un campo en barbecho. Por ello, cuando el final de un verano divisé desde el tren ésta que ha sido mi morada en los últimos tiempos, tuve la certeza de que en ese momento sólo podía ser habitada por mí. Los largos días en sus habitaciones polvorientas me han brindado una dicha que ya no deseo. Mañana por la tarde bajaré al apeadero. Será hermoso ver alejarse esta silenciosa fortaleza.

Comentarios

  1. Que bonito cuento!!! Te he visto solitaria acercarte al castillo, caerte de risa al suelo y mirar al apeadero mientras a lo lejos el sol de esconde.
    Gracias Miriam por este regalo de domingo. Me siento después de leerlo como si me hubiera comido un caramelo.

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