guerra y paz

De vuelta de unas merecidísimas minivacaciones en Osnabrück, la ciudad de Erich Maria Remarque, el autor alemán de Sin novedad en el frente, una de las novelas antibélicas más leídas. Agradecida y reconfortada por la hospitalidad y la generosidad de gente buena. De gente simple.

Hoy lunes, mientras contemplo este día con sol de invierno en esta confortable biblioteca, me vienen a la memoria las impresiones de la exposición sobre la guerra que he tenido ocasión de ver en esa agradable ciudad. Y pienso en las grandes guerras, en nuestras pequeñas y mezquinas guerras cotidianas, en nuestra necesidad de ganar al (aparentemente) otro, en las elocuentes justificaciones con las que nos inventamos su necesidad para no ver lo que pasa con nosotros mismos, en la relacíón que existe entre grandes y pequeñas batallas. En la ceguera. 

Y sigo trabajando en un artículo sobre Nelly Sachs:



Hace mucho que hemos olvidado el escuchar

Si El -en otro tiempo- nos hubiera plantado,
plantado como hierba de dunas, en el mar eterno,
creceríamos en pasturas tupidas,
como la lechuga crece en el huerto.
Aunque tengamos asuntos
que nos lleven más allá
de Su luz,
aunque bebamos el agua de cañerías
que se acerque muriendo
a nuestra boca, eternamente sedienta,
aunque caminemos por una calle
bajo la cual la tierra ha sido llevada al silencio
por un empedrado...
no debemos vender nuestro oído,
oh, nuestro oído no debemos vender.
También en el mercado,
en el cálculo del polvo,
más de uno da -rápidamente- un salto
sobre la cuerda de la nostalgia;
porque él escuchó algo,
dió el salto fuera del polvo
y sació su oído.
Apretad; oh, apretad -en el día de la destrucción-
a la tierra el oído que escucha,
y escucharéis, a través del sueño
escucharéis
cómo en la muerte
empieza la vida.

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