Sombras de marquesina de Pino Montano

Hoy estaba esperando a un autobús que se retrasaba y cuando he levantado la vista del móvil un momento, me he dado cuenta de que delante de mí se había parado un flamante porsche. Descapotado, of course. Al volante un hombre, con una sonrisa maravillosa (los dientes como perlas). Impresionantemente seductor. No sabría decir la marca de desodorante, pero casi podría asegurar que era EL hombre. Ciertamente cercano a la madurez (tenía las sienes plateadas plateadas. Plateadas como de luna). Pero podéis creerme que esta era espléndida. Por lo que he podido apreciar con la vista todo en él era firme (y por lo tanto funcional). No le hice demasiado caso hasta que me di cuenta de que yo era la única que esperaba al bus. O sea, que yo era LA elegida. No podía dar crédito. Mi corazón latía con fuerza. Y millones de polillas (hoy hace un sol espléndido, imagino que tendrá que ver) han empezado a revolotear en mi estómago. Me ha contado que tenía un helicóptero, un jet privado y propiedades varias en ubicaciones de ensueño; una en una isla (que francamente es lo que más deseo en los últimos tiempos). Y más cosas que no enumero por no cansaros. No os podéis imaginar a estas alturas la sensación de las polillas golpeando como locas contra las paredes de mi estómago (Vacío. Eran casi las dos). Después ha sacado un contrato de la guantera. Reconozco que casi firmo. A  punto he estado. Con lo que me gusta volar y las pocas oportunidades que me quedan (¡mardito arroz!). Pero al final pensé que a lo mejor cuando se acabe el periodo contractual el nota quiere quedarse con mis calabazas y le tengo que poner todas las noches de cena perdices escabechadas. Que con los hombres nunca se sabe.

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