Apuntes de un condinamiento III


Tocaba salida al súper. Mi carrito tiene casi la función de batiscafo que me permite no sentirme como una terrorista antisistema al adentrarme en los fondos abisales más allá de los 200 metros del perímetro de mi casa. Pero como tengo asma estacional me he tenido que acercar a una farmacia un poco más alejada a ver si había mascarillas. Un contacto me ha pasado la información de que había llegado una remesa. Había, de las quirúrgicas. Según el farmacéutico, no sirven para nada. Cada una de ellas, de usar y tirar, costaba un euro y medio. No las he comprado. Tenían también guantes. He comprado una caja de cien. Un pastizal. Pero contenta, claro. Todo un tesoro. Volviendo del súper me he encontrado con un amigo paseando a su perro. Salchicha. Ha empezado a ladrarme (el perro, obvio) indignado, imagino, por la duración de la conversación (poco más de un minuto). Después, el rito un poco marxiano de la desinfección de la compra, ducha y cambio de ropa (no me siento hoy con ánimo de contarlo en su desordenada secuencia, pero ha estado divertido). Hoy tocaba también colada. Como todos los días he hablado con mi madre. Me ha llamado una amiga. Sus padres también están solos. Su madre tiene principios de alzhéimer. No sabemos cuándo podremos volver a verlos. Se ha hecho de noche cuando he subido a la azotea a colgar la ropa. Es un abril inusitadamente fresco. El cielo estaba hoy despejado. He visto una estrella fugaz. No he deseado nada.

Comentarios

Entradas populares