Apuntes de un confinamiento un II

Intento leer infructuosamente un artículo de El País y acabo en la página de suscripción en donde se me pregunta casi hasta por mi talla de bragas. No recordaba que, al parecer, ya me había suscrito. Mi despiste no cambia con la reducción de la geografía de lo que requiere mi atención en el confinamiento. Tengo, no sé por qué, cambiar la contraseña. Y rellenar el formulario. Imagino que otra vez. Me pregunto para qué quieren saber mi dirección o mi fecha de nacimiento. Igual es para mandarme una rondalla y cantarme (pronto) el Happy birthday. Como hacen (por carta aún) el banco y los de Ives Rocher. Me encanta recibir las cartulinas en las que hay que rascar de Ives Rocher, por cierto. Siempre hay premio. Me da subidón. Además de todo eso, en la página hay que aceptar (o no) "recibir comunicaciones comerciales de terceros por parte de los medios PRISA" y "análisis de tu perfil (gustos, intereses y usos de los medios PRISA) y adaptar las comunicaciones comerciales de terceros y la publicidad durante la navegación de tu perfil". No sé si por haber elegido la opción "no" me es imposible rellenar la dichosa página y acceder al artículo. O que tuvieron a Kafka como asesor. O que los algoritmos están de fiesta de resurrección. No sé si empezar a decir lo que en realidad pienso para marear a los susodichos y conseguir despistarlos y que bizqueen. Un ratillo al menos. Pero eso es una utopía, seguro. Todos somos carne de algoritmo. Y hay publicidad y propaganda para todos ya cada uno de nosotros. Y para rato.

Foto propia. Título: El mar y sus preguntas




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