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Estos días he estado leyendo un poco Las ciudades invisibles de Calvino y me pregunto qué ciudad imaginaria le hubiera podido sugerir esta otra, en la que estaré de nuevo dentro de unos días y en la que tantas veces, suele coincidir con las mañana de sábado, vaya Ud. a saber por qué, tengo la sensación de habitar en un mundo surreal. De alguien escuché una vez que se trataba de una “ciudad-trampa”, una vez allí, es difícil salir de la invisible red en la que una se ve atrapada. No sé, yo he tenido y sigo teniendo mis más y mis menos con ella. No la he echado de menos durante todos estos meses, pese a la falta de luz de esta otra en la que he pasado el invierno, pese al frío, pese a la forma tan diferente con la que interaccionan sus respectivos habitantes. O quizá por eso mismo.



Y sin embargo, en estos momentos, cuando pienso en la luz de esta estación que se avecina, en el azul de su cielo, en algunos de los atardeceres que me sorprenden cuando camino por la calle Relator en dirección a la Alameda, en el olor a azahar que muy pronto invadirá el aire, en el bullicio con el que se despide el invierno, en los paseos al lado del Guadalquivir, en ese mar que está tan cerca, me recorre una corriente de alegría expectante. Ha sido un buen invierno, uno de esos comodiosmanda. Con todo sus avíos. Absolutamente todos. Pero ahora es tiempo de volver, de impregnarse de primavera.
¿Serán éstas las trampas que nos tiende?

Foto: M. J. Robledo


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