La Vera de Tomas Mendez



A veces una acaba amando lugares que apenas conoce porque se ha contagiado del amor de la mirada de gente a la que quiere. A mi me ocurre eso con La Vera. Aldeanueva, Jarandilla, Jaraiz se han convertido en nombres de lugares en los que se ubican experiencias que siento cercanas. Aunque no sean las mías. Las vivencias que cuenta mi amiga Lola en el prólogo no son las que yo tuve realmente, pero mi alma se ha quedado impregnada de ellas a lo largo de todos estos años escuchando sus relatos. Tengo sensaciones físicas, totalmente reales, de los colores de la primavera, el recuerdo se sazona con olor a pimentón, se sumerge en pozas en zonas umbrías, en aguas que casi cortan la respiración, se sorprende de los colores en las laderas otoñales, escucha el resonar de gritos despreocupados y de risas.
Hay un tunel desde mi propia infancia en los montes Obarenes, desde mi propio río hasta la sierra de Gredos y hasta esas gargantas, existe un hilo invisible con el que se han ido entretejiendo las historias pasadas de Luis y de Lola con las mías propias, con el que se han ido enmarañando presentes a lo largo de más de veinte años que hoy ya son pasados compartidos.
 
Para mí todo empezó en un invierno en un país de centroeuropa, con un chico de pelo rizado, amante de la palabra de Virgilio, que llevaba un extravagante pin en su jersey de lana azul. Luego, en Sevilla, se sumaría la frescura de Lola, su hermana, mi amiga, y, en cierto modo, un poco mi hermana adoptiva también...


Todo ello le añade un valor al ya de por sí hermosísimo libro de acuarelas de Tomas Méndez, La Vera.
Tampoco conozco a Tomas. Pero después de ver su mirada en las acuarelas de su libro, de leer las palabras del prólogo en el que Lola vuelca su propio amor por estos paisajes, sus imágenes se han entretejido en el tapiz para formar parte de esta historia de buenos encuentros...


http://www.blurb.com/books/2002382

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