Desde la parada de metro a casa tengo que recorrer durante poco más de cinco minutos una calle arbolada y poco iluminada. Es una calle hermosa. Tranquila. Llena de casas de principios del XX. Me gusta mucho el recorrido de noche. Disfruto del silencio y de la oscuridad. Me encanta pasear por sitios silenciosos y oscuros. No lo hago demasiadas veces. Hace un par de días, a eso de las doce de la noche, no demasiado lejos de mi casa, noté que alguien andaba detrás de mí. Me volví y vi a un hombre con un cigarrillo encendido y un paquete de tabaco en la mano a un escaso metro de mi espalda. Me preguntó si quería un cigarrillo. Dije que no. Me preguntó entonces si podía andar junto a mí. Esa noche pensaba que no lo llevaba, pero de mi bolso saltó el miedo que estaba junto a las llaves de la casa y el móvil. Volví a decirle no. Mi cuerpo giró la cabeza en todas las direcciones y empecé a alejarme de él hacia la calzada. El hombre me pidió disculpas y se alejó.Yo llegué a mi casa. Cerré la puerta. El miedo quería hacerse más grande. Pero conseguí encerrarle en el armario. No había pasado nada. El hombre sólo quería compañía. Pensé. Supongo que no hay nada de malo en acercarse a alguien en medio de una calle desierta a las doce de la noche y ofrecerse a andar a su lado fumando un cigarrillo del mismo paquete. Teniendo en cuenta además que, por lo que pude ver, el hombre podía ser mi hijo, se hacía interesante el espectro de posibilidades de interpretación. No quise interpretar. Pero lo que no pude remediar es que acudiera la risa. Cuando me asusto surge a veces de modo espontáneo. Entreverada con miedo se manifiesta en imágenes o pensamientos grotescos, o irónicos. No refresca ni salva, pero protege. Acudió ese día en forma de frase. De noche todas las mujeres son pardas. De noche todas las mujeres son pardas. Pero el miedo conseguía salir del armario. Y desteñía la risa. No es bueno tener miedo. Pensé. Distorsiona la mirada. La constriñe. Y, lo peor, abre túneles en el pecho hacia otras situaciones oscuras en las que no cabía la ambigüedad. Ni la risa. Volvía a meter el miedo en el armario. Me metí en la cama pensando en tacirupeca. Que era la protagonista de la historia de caperucita al revés con la que de niñas creíamos deconstruir ese cuento tan antiguo.

Comentarios

Entradas populares